¡Que saturación de ver colecciones! A estas alturas de recesión, echo en falta las exposiciones de tesis, con proyectos curatoriales que rastrean entre muchos fondos y estudios de artistas para mostrar un relato original, arriesgado y convincente.
Recibo el catálogo de la Colección Bassat 1947-1979, que ahora se expone en el Centro de Arte de Alcobendas, y compruebo que no hay ni una sola obra realizada por una artista. En la colección se encuentran artistas españoles destacados durante aquellas tres décadas de diversas tendencias abstractas, matéricas y formalistas, desde Chillida a Joan Vilacasas, pasando por Andreu Alfaro. Y un puñado de nombres de artistas ya activas en esa época y pertenecientes a ese espectro me vienen a la cabeza. Por supuesto, Soledad Sevilla y Elena Asíns, ambas Premios Nacionales, aunque su reconocimiento les llegaría después, en 1993 y 2011, respectivamente; por no mencionar a Juana Francés, entonces en el centro de esta escena.
La colección de Luis Bassat no es una excepción. En estos años que la crisis de los recortes y de la subida del IVA ha forzado que las salas de exposiciones siguieran abiertas gracias a la nueva visibilidad de tantas colecciones privadas y volviéramos a revisitar otras institucionales ya conocidas, es la norma. Cada una de estas colecciones confirma la ceguera visual producida por prejuicios sexistas. La reiteración en estos relatos diversos que, sin embargo, tienen en común la misma carencia, vuelve a rescribir la historia de la exclusión. Cada colección, privada o pública, es exaltada, como no podía ser menos, pero en virtud de un criterio de calidad ya obsoleto, a la luz de lo que quedó fuera de foco por criterios extra artísticos. La consecuencia es que se confunde al público, al no mencionar las carencias ni explicar las limitaciones y los condicionamientos de época. Y la huella que deja, todavía más grave, por la deformidad que se dibuja al prolongar la sombra amenazante del gran relato de la historia del arte español del siglo XX, reescrita una y otra vez en masculino.
Hay otra moraleja. La alerta a coleccionistas privados y asesores de colecciones públicas para que no vuelvan a caer en el mismo error, para que las colecciones no queden demediadas. Concha Jerez, una gran artista conceptual española con proyección internacional y casi cinco décadas a sus espaldas, acaba de recibir el Premio Nacional de Artes Plásticas 2015 «por su dimensión pionera en el uso de tecnologías y por ser representativa de una generación de artistas que ha marcado el tránsito de la era analógica a la cultura digital, con sus investigaciones, creaciones e innovaciones». Hace cinco años el Museo Reina Sofía no tenía ni siquiera una obra suya en la colección. Su ejemplo es un caso más de la firmeza con que nuestras artistas soportan el rodillo del coleccionismo en este país.
imagen: Concha Jerez, Carta a un Amiga Robada (dedicada a Mª Lluïsa Borras), FEM_10 International Women’s Live Art Meeting, claustro de la Universidad de Girona, 2013