La reciente elección de la fotógrafa Cristina García Rodero (Puertollano, 1949) por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, además de muy merecida, es síntoma de la consciencia y voluntad de la Academia de adecuarse a los tiempos y a la legalidad vigente. No es casual que la prensa haya difundido la noticia bajo el titular “Cristina García Rodero se convierte en la cuarta académica”. Hace solo unos meses, también la conservadora Carmen Giménez fue elegida “académica de honor”, saltando un gran vacío, porque desde 1996, cuando ingresó la pintora Carmen Laffón, no se había elegido a ninguna mujer. Dos años antes, en 1994, la mezzosoprano Teresa Berganza fue la primera en ser elegida académica en la etapa democrática. Por tanto, puesto que en la Academia de Bellas Artes se distingue a sus integrantes en numerarios, honorarios y electos, la proporción de hombres y mujeres a día de hoy queda así: tres académicas numerarias de 56 en total; una de ocho académico honorarios; y todavía ninguna entre los electos, cuatro en la actualidad. La presencia femenina bien puede calificarse de nimia, no refleja en absoluto la realidad del sistema del arte en España. Y lo que es peor, proyecta un horizonte lejanísimo hasta su normalización en términos de equidad. Por lo que lo más razonable sería propugnar una reforma profunda de la Academia de Bellas Artes que, además de volver a dotarla de contenido y ejecutiva, invirtiera de una vez por todas la nefasta exclusión impuesta desde su reforma a mediados del siglo XIX.
Porque nuestra Academia de Bellas Artes no siempre fue así. A diferencia de las Academias europeas, en donde las artistas que consiguen ingresar son una rara excepción, en la Real Academia de San Fernando durante casi un siglo, desde 1752 a 1846, se suceden los nombramientos de académicas de honor y de mérito, mediante examen. El momento álgido de esta etapa es a partir de 1819, cuando bajo los auspicios de Isabel de Braganza se extiende la enseñanza del dibujo y del adorno a las jóvenes. En total, más de medio centenar de pintoras académicas de mérito, ilustradas que cultivarían con estilo neoclásico el retrato y el bodegón, la pintura religiosa y alegórica, con las técnicas del óleo, el pastel, la acuarela, el dibujo y el grabado. Esta incorporación de académicas se interrumpiría a raíz del cambio de Estatutos en 1846, cuando se separa la Escuela y la Academia de Nobles Artes de San Fernando, dedicada a partir de entonces a la teoría y la crítica; es decir, reduciendo el número de académicos y limitando los cargos, y constituyéndose como una institución de conocimiento-poder, en donde las mujeres son la excepción que confirma la regla varonil, hasta hoy.
Y porque la otra cuestión pendiente es qué margen de voz y voto, influjo y maniobra tienen nuestras académicas en una institución tan masculinizada, donde todavía son aguja en el pajar. Por ejemplo, ¿podrían influir para que se destine parte de su presupuesto a restaurar y difundir las obras que posee de las académicas en aquel pasado ilustre? ¿y poner el acento de género en sus fines actuales: «fomentar la creatividad artística, así como el estudio, difusión y protección de las artes y del patrimonio cultural”?