Dos exposiciones en Madrid hacen ostensible la importancia de la iconografía de la gitana en el arte moderno y la carga perturbadora de este “objeto” en el proceso creativo de los “sujetos” de la representación.

En Luces de Bohemia (en la Fundación Mapfre, hasta 5 de mayo), “sujetos” y “objeto” se muestran divididos en dos plantas, arriba los artistas bohemios del siglo XIX –que adoptan este calificativo del sustantivo bohémiens, en los antiguos diccionarios europeos para referirse a la etnia gitana-; y abajo, los cuadros de representación de gitanas, sin que haya asomo de interrelación y, por tanto, sea posible plantearse cuestión alguna sobre la representación de la otredad, o suscitar una oportuna revisión bajo las perspectivas de género o de crítica poscolonial, que queda al arbitrio del visitante (en el catálogo, sin embargo, sí encontramos un artículo de Henriette Asséo sobre la historia y la representación de la marginación de los gitanos en Europa).

A cambio, descubrimos que la fascinación por la vida errante, campestre y fuera de las normas venía de más atrás. Desde el siglo XVI los gitanos van cobrando protagonismo en los paisajes, hasta hacerse con la escena central en el siglo XVIII, como podemos apreciar en alguna tela de Gainsborough. Simultáneamente, el motivo de la gitana echando “la buenaventura” fue representado por Boucher y Watteau, como personaje pintoresco que anunciaba el cortejo amoroso a las mujeres galantes, y comienza a explorarse su relación con la música y la danza. Durante el XIX, el retrato de la gitana se independiza con Corot y Courbet, que ante este tema aspira a ser “más primitivo” en su búsqueda realista. Al final, serán románticos y decadentistas, al hilo de la moda del exotismo a la española, quienes explotaran la imagen de la gitana como símbolo de la sexualidad –incluso obscena, solo permisible respecto a la otra en el marco de las convenciones de época, como en la tela de Henri Regnault-, hasta su identificación banal con la femme fatale.

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                                 Henri Regnault, La gitane aux seins nus, 1869

Pero si hay algo apasionante en este recorrido es constatar cómo el tema de la gitana supone un desafío que tensa la búsqueda estilística y formal de cada pintor: de Courbet a Sargent, que realizó el espléndido cuadro El baile español durante su estancia en España.

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                                                  John S. Sargent, El baile español, 1879-1880

Esta misma tensión la detectamos en la exposición del escultor academicista Mariano Benlliure (en la Academia de San Fernando, hasta 30 de junio), donde entre tanto monumento academicista y retardatario de capitanes, hombres ilustres y genios destacan las representaciones de gitanas y otras bohemias de contrastado estilo modernista, siempre ligado a la idiosincrasia transgresora de sus protagonistas: la bailaora gitana Pastora Imperio, aquí plasmada en mármol y en la colorista cerámica, que preferimos; Cloé de Mérode, célebre pionera de la danza en la escena parisina, icono entre el romanticismo y el simbolismo y amiga de vanguardistas; y María Sorolla, la hija pintora del maestro valenciano. Además, junto a ellas está el relieve policromado Tres perfiles de mujer, gitanas con patillas.

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                     Vista exposición Mariano Benlliure, Academia de San Fernando, Madrid

Sin embargo, si alguien tuviera interés por la historia de las gitanas reales, quizás debiera encaminarse al Museo etnológico de la Mujer Gitana en Granada, creado por la Asociación de Mujeres Gitanas ROMI, que surge por la necesidad de dar a conocer y salvaguardar toda una cultura desarrollada a través de los siglos y está centrado especialmente en las aportaciones que ha hecho la mujer.