Empujada por el frío y las prisas, bajo al metro y me sorprende el anuncio que publicita la exposición Arte sin artistas. Una mirada al Paleolítico en el Museo Arqueológico Regional, MAR, en Alcalá de Henares hasta el 7 de abril. La ilustración muestra una mujer con bebé pintando bisontes en el techo de una cueva mientras un? niñ? ayudante suma una luz más a los platillos que iluminan a la pintora y sus pigmentos. Mucho deben estar cambiando las cosas en la arqueología en nuestro país para que precisamente esa haya sido la imagen publicitaria elegida.
Hace años comencé a contar en clases y conferencias la anécdota que relataba Carolee Schneemann en “Women in year 2000”(1975), acerca de la desagradable descalificación que tuvo que encajar cuando era estudiante ante un profesor de prehistoria escandalizado tras preguntarle simplemente por qué continuamente se estaba refiriendo a “he, he, he”, dando por supuesto que a “she” no podían deberse las pinturas rupestres.
Todavía en 1999, el mismo año en que abrió sus puertas el MAR, en el prólogo de la recopilación de ensayos Arqueología y teoría feminista, su editora Laia Colomer se quejaba de la escasa penetración de los estudios de género entre sus colegas universitarios. El cartel publicitario de esta exposición parecería sugerir que en poco más de una década, en arqueología se ha avanzado más en la asimilación de esta perspectiva que ha revolucionado la historia de todas las ciencias que en otras disciplinas, como la historia del arte o la historia, a secas.
Cada día que paso frente al Museo Naval me asombra que continúe prorrogada desde el pasado mayo la decepcionante exposición No fueron solos. Mujeres en la conquista y colonización de América. Porque si el título es prometedor en cuanto a la aportación de las españolas en el Nuevo Mundo, sin embargo, de principio a fin del recorrido nos vemos rodeados de grandes efigies de conquistadores, sin rastro alguno de ellas. Solo algunos enseres y, lo más importante, un mapa nos da a conocer las travesías de exploradoras que surcaron solas y capitanearon navíos como Isabel Barreto, primera y única almirante de la Armada, que lideró en 1595 una expedición por el Pacífico en la navegación más larga por ese océano hasta entonces. Exploradoras y conquistadoras: Mencía Calderón que, al frente de 50 mujeres, atravesó 1.600 kilómetros de selva en una expedición de más de seis años; María de Estrada participó en la expedición de Hernán Cortés en México y sobrevivió a la Noche Triste; Inés Suárez acompañó a Pedro de Valdivia en la conquista de Chile, cruzó el desierto de Atacama y participó en la defensa de Santiago; Catalina de Erauso abandonó el convento en España para viajar al Nuevo Mundo y combatir como soldado de infantería en los reinos de Perú y Chile; Beatriz Bermúdez de Velasco participó en uno de los combates para conquistar Tenochtitlán obligando, espada en mano, a volver a la batalla a los españoles que se rendían. Gobernadoras: Beatriz de la Cueva lo fue de Guatemala y la primera gobernadora de los virreinatos; como también después María de Toledo fue virreina de las Indias Occidentales. Y emprendedoras, como María Escobar, que introdujo el trigo en América, y Mencía Ortiz, que creó una compañía para el transporte de mercancías a Indias.
Es evidente que directores y conservadores de museos son conscientes del tirón de lo femenino, dado que las mujeres somos mayoría como visitantes a exposiciones. Pero tales propuestas deberían responder siempre al nivel de madurez que han alcanzado los estudios de género en nuestro país. Y no quedarse en meros episodios, sino penetrar las salas de las colecciones permanentes de nuestros museos.