Como cabía esperar, los nuevos museos-franquicia recién inaugurados en Málaga -el Pompidou y el Museo Ruso- son un fiasco. Con exposiciones ad hoc, la calidad de las obras es muy desigual, sobre todo teniendo en cuenta los ingentes fondos de ambos museos. Además, están mal montadas en espacios que llevan al colmo el white cube y que mejor servirían para vender automóviles o electrodomésticos.
En cuanto a una crítica desde la perspectiva de género, solo decir que brilla por su ausencia cuando no caen en lo zafio. En el Centre Pompidou Málaga, partiendo de una exposición en torno a la representación del cuerpo que atraviesa los capítulos: metamorfosis, autorretratos, el hombre sin rostro y el cuerpo en pedazos, hay que esperar al apartado «el cuerpo político» para poder contemplar algunas obras de artistas mujeres, excelentes. Se encuentran en una pequeña ala, orillada del recorrido, en la que se ha tendido a un montaje medio abigarrado con dispositivos visuales más bien de pequeño formato. Por supuesto, hay piezas estupendas, como El beso de la artista (1977) de Orlan, los vídeos Blood sign (1974) de Ana Mendieta, Body collage (1967) de Carolee Schneeman, Remote life (1973) de VALIE EXPORT y Barbe Hula de Sigalit Landau. Pero, una vez tomada esta decisión de segregar obras feministas, no se entiende muy bien por qué tienen que compartir el espacio con cuadros de Peter Klasen y Zush. Además, en un anexo se halla la instalacion Les pensionnaires (1971-1972) de Annette Messager.
Respecto al Museo Ruso, hay que esperar a llegar hasta las vanguardias históricas para contemplar dos cuadros de Olga Rozanova y el gran paisaje nevado en gran formato de Natalia Goncharova, actualmente la artista más valorada en las subastas. La rusa consiguió un récord con Las flores, adjudicado por 10,8 millones de dólares, menos de un 10% de cotización frente a los 127 millones de dólares pagados por Tres estudios de Lucian Freud de Francis Bacon.