Leo perpleja el dossier publicado en Cultura/s el pasado miércoles (La Vanguardia, 10 abril 2013) sobre Arte y Reputación: ninguno de los tres firmantes, ni Xavier Antich, ni Vicenç Furió ni María Dolores Jiménez-Blanco aluden al problema de la reputación «guadiana» de las artistas. Y por supuesto, tampoco ninguna de las ilustraciones del dossier son de autoría femenina: una manera más de perpetuar la exclusión del canon para las artistas.
De hecho, la única artista que aparece mencionada es Frida Kahlo, como ejemplo puntual del desfase que a veces se produce entre «la valoración estético-histórica, las cotizaciones y el nivel de aceptación por el llamado público artístico», escribe Vicenç Furió, a la sazón autor del ensayo Arte y reputación. Estudios sobre el reconocimiento artístico (UAB, 2012) *, pues a pesar de que «Diego Rivera ocupa más espacios en los libros de historia del arte que Frida Kahlo, las obras de ella son hoy más cotizadas». Sin embargo, el ejemplo no le lleva a añadir alguna generalización en este sentido semejante a las que sí dictamina: «Los artistas no alcanzan el éxito o son olvidados de un modo caprichoso o arbitrario», o bien «No hay descubrimientos, sólo redescubrimientos», y «los casos de fama póstuma nunca han sido historias de cenicientas, de la nada al éxito».
¿Acaso las cuatro décadas de historiografía del arte con perspectiva de género, gracias a la que efectivamente se ha recuperado decenas de artistas mujeres que desde la modernidad estuvieron en primer plano en la escena cultural y otros centenares que nunca debieron ser excluidas de «los libros de historia del arte» no merecen ni siquiera un párrafo? Me refiero a esa tradición que arranca desde Sofonisba Anguissola, Artemisia Gentileschi, Rosalba Carriera, Vigée_Lebrun, Rosa Bonheur, etc., etc., artistas que recibieron la admiración de su época, de sus compañeros artistas y también de mecenas y clientes, cuyas obras alcanzaron precios altísimos y sí fueron incluidas en los libros hasta que la constitución «científica» de la historia del arte moderna las fue borrando; y ya desde finales del XIX, decidió que no merecían ser incluidas en el relato.
Por otra parte, que la cuestión del reconocimiento artístico comenzó a cambiar a partir de la aparición de la ginocrítica en la década de los 60 del siglo XX ha sido puesto en evidencia por Nuria Peist en El éxito en el arte moderno (Abada, 2012), un ensayo al que también se alude en este dossier, sin más consecuencias. Aspecto que, sin embargo, sí supimos ver en la reseña publicada sobre este ensayo en el n. 1 de m-arteyculturavisual: http://www.m-arteyculturavisual.com/2012/10/13/el-reconocimiento-artistico-segun-nuria-peist/.
Como otras revistas y suplementos culturales, Cultura/s ha incluido artículos sobre el olvido histórico y la recuperación de literatas y artistas. Sin embargo, preferiríamos que esta inclusión fuera transversal, en especial, en los temas protagonistas de sus dossieres cada miércoles.
* Como me hace notar Vicenç Furió, sin embargo, esta perspectiva de género sí está presente en este ensayo, en 3 de sus 6 capítulos. En el primero (p. 30 y 42), alude a los redescubrimientos de las mujeres artistas llevados a cabo por esta historiografía como un caso que merece citarse aparte, y cita el valioso artículo de Nochlin. Más adelante, valora el tema del «silencio» como un indicador, no de reconocimiento, sino de la ausencia de él, y como ejemplo se refiere a las Guerrilla Girls y al obituario que escribieron de Mary Cassat para paliar el que hubiera debido tener en su momento y no tuvo. En el capítulo 4 se refiere a varias mujeres artistas, con algunas de sus obras reproducidas (Emin, Rebecca Horn, Orlan), y en el capítulo 5 se refiere a la artista soviética Vera Mujina. Finalmente, en el capítulo 6 (p. 214-215), vuelve a destacar la importante contribución y la fuerza transformadora de la historiografía feminista, añadiendo que comparte su queja sobre la escasa receptividad hasta hace poco los museos han tenido por los planteamientos de género, y pone como ejemplo el excelente trabajo de Griselda Pollock sobre una exposición de Mary Cassat, y de nuevo cita a las Guerrilla Girls.