Ángeles Santos, Tertulia, 1929
Hace unos días nos dejó Ángeles Santos. Para celebrar su centenario, solo un medio (El Cultural (04/11/2011) y después el Museu de l’Empordà le dedicaba una exposición, mientras el Museo Reina Sofía pasaba de puntillas por la efeméride, aunque albergue en las salas de su colección permanente dos obras principales: Un mundo y Tertulia, auténtico icono de modernidad para las mujeres europeas, y ya sea un clamor que su pintura vanguardista requiere una investigación a fondo que quizás solo puede llevar a cabo con éxito un museo de primer orden. De manera que tampoco ha resultado extraña la discreta cobertura de su fallecimiento en los medios.
Las necrológicas tras su muerte, redactadas con más o menos virtuosismo y/o errores, han sacado a relucir todos los viejos tópicos, menosprecios y condena al ostracismo que ya creíamos superados sobre las artistas plásticas. En el ABC se le llama por sus dos apellidos Santos Torroella, subrayando que era hermana del crítico Rafael Santos Torroella, a la sazón colaborador en el periódico, y casada con el pintor Emilio Grau Sala, a quien vincula su abandono y posterior reencuentro con la pintura. EL PAÍS le ha dedicado varios artículos moteados de calificativos que confirman la asignación de un papel marginal: el principal, firmado por Josep Casamartina I Parassols desprende admiración y cariño, sin embargo, bajo el desafortunado titular “precursora secreta de las vanguardias”, que más bien confirma esa posición relegada para la posteridad. Y en un bienintencionado artículo de opinión, Mercé Ibarz extrema el victimismo, cuando dice que no hay ninguna obra de la pintora en la recién inaugurada exposición El surrealismo y el sueño, pero en el Museo Thyssen ahora sí podemos contemplar Un sueño (alma que huye de un sueño), una pequeña y magistral tela de su producción a comienzos de los años treinta, junto al de otras pintoras surrealistas como Leonor Fini y tantas otras, que definitivamente cambiaron el lugar de las mujeres para la historia del arte contemporáneo. En El Periódico, Natalia Farré despacha su trayectoria así: “necesitó solo dos cuadros para revolucionar la pintura española a finales de los 20 y rendir a sus pies a intelectuales y artistas del momento”, como si toda su aportación se redujera a eso, dos cuadros; y termina el artículo recordando, además del hermano crítico y el marido pintor, también al hijo pintor de ambos, Julián Grau Santos.
En medios net, como por ejemplo la extensa necrológica en El Confidencial, ha cundido el amarillismo melodramático. Comienza con “Fue sólo un cuadro, pero todo un mundo … Así arrancan todas las biografías dedicadas a la pintora menos reconocida y reivindicada de la historia de la pintura contemporánea española y quizás un caso excepcional en la historia de la pintura universal”. Aunque más adelante, leemos que en realidad, fueron no uno, sino dos cuadros: “Después de estos dos cuadros las biografías dedicadas a Ángeles Santos continúan de la misma manera: el silencio”. Esto, tras dar expresiva cuenta de la crisis que terminó con su internamiento: “Su mundo se esfumó. Enterró a aquella Ángeles Santos y no volvió a recordarla”.
Aunque no se mencione en este artículo, sabemos que Ramón Gómez de la Serna denunció públicamente aquel internamiento bajo la potestad paterna, influyendo para la salida de Ángeles Santos que, sin duda, por ser mujer, ante la barrera de la tutela familiar, después no pudo ser apoyada por el medio artístico para superar aquella crisis que tantos otros, como por ejemplo Dalí, también sufrieron y superaron en algún momento de su vida y de su trayectoria artística. Por ser mujer, a la pintora no le sirvió la admiración de Ramón, ni de Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y Jorge Guillén y otros críticos y artistas de la época. Ni sus éxitos en Salones nacionales e internacionales y en la Bienal de Venecia. Tampoco fue suficiente pertenecer a la generación de las modernas: Maruja Mallo, Remedios Varo, Delhy Tejero, Soledad Martínez, … junto a las literatas y críticas de arte Carmen de Burgos, María Martínez Sierra, Margarita Nelken. Una generación en la que Ángeles Santos puso todas sus esperanzas: «éramos modernas», dijo refiriéndose al cuadro Tertulia. Pero que fue una generación rota por la Guerra Civil y después, hasta hoy, ha quedado como grupo en el limbo de lo excepcional, y en el caso de sus integrantes, cada una aislada, extraña, redescubierta y siempre por descubrir, en suma, excluidas del relato principal. Una generación a la que le ha sido denegado incluso el reconocimiento de su legítimo legado, la genealogía y el matrilineaje que explicarían en nuestro presente que las mujeres en la cultura y en el arte no acabamos de incorporarnos hace dos días y que por ello, es anacrónica e inaceptable la discriminación sexista que campa todavía hoy, en nuestros medios y en nuestras instituciones, respecto a su pasado y a nuestro presente, disuelta en tópicos implícitos y explícitos, de palabra y obra.
De ahí que la cronológica más decepcionante sea la publicada –escueta y sin firma- en la web del Museo Reina Sofía. Recorriendo su trayectoria, subraya que carecía de formación académica y en su obra daba “rienda suelta a una subjetividad muy femenina”, lo que dicho así suena redundante, no? Los inicios de la pintora no son distintos de otros artistas de su época, como por ejemplo Dalí: pertenecientes a la burguesía, al principio autodidactas y formados en un entorno cultural burgués adecuado, en el que podían acceder a las corrientes vanguardistas a través de libros y revistas. Sin embargo, lo que en ellos se debe al “genio precoz” (e innato, como en La leyenda del artista “pastorcillo” de Kris y Kurz), en ellas resulta inexplicable, por “subjetivo”. Es más, de una subjetividad que sólo es femenina y, por tanto, por definición en modo alguno puede aspirar a ingresar en la historia del arte en igualdad de condiciones, según el criterio “neutro” de excelencia artística “universal” (es decir, masculina).
De hecho, la mayoría de sus obras en colecciones públicas han ingresado tardíamente y demasiadas por donación de la propia pintora y de su entorno, lo que evidencia la enorme distancia entre el reconocimiento coetáneo de los pares (artistas, críticos, etc) y la cicatería (y misoginia) de los historiadores e instituciones, cuando se trata de artistas mujeres. Su obra vanguardista se halla bastante desperdigada. Por mediación de María de Corral, entre 1992 y 1994, se incluyen en la colección del Museo Reina Sofía Un mundo y Tertulia. Como otras artistas mujeres olvidadas por las direcciones y patronatos de nuestros museos, Ángeles Santos donó al Museo de l’Ampordà La tierra; y al Ayuntamiento de Portbou (donde nació) Niños en el jardín. En 2010, Niña, retrato de Conchita, fue donado al MNAC por José Mª Lafarga. También en la colección del Patio Herreriano de Valladolid, ciudad donde pintó su obra vanguardista, ingresaron en 2003 las obras Anita con delantal de cuadros azules (c. 1928) y Niña [Anita y las muñecas] (1929), con ocasión de la mayor retrospectiva hasta la fecha: “Un mundo insólito en Valladolid”, que subrayaba en el título su localismo, a pesar de la apabullante soltura con que la joven Ángeles Santos, a diferencia de los pintores varones y maduros profesionales, asimilaba y dialogaba con las corrientes pictóricas europeas.
Veremos en qué queda la promesa en la nota del MNCARS: “gracias a la colaboración de su familia, el Museo dispone desde hace unos meses de un número importante de sus trabajos de los años 20 y 30 que planea exhibir conjuntamente a modo de homenaje en las próximas semanas”. Las cuatro nuevas telas, que ya pueden verse en la web, están «en depósito». ¿Volverá a mostrarse sola, única, excepcional y rara, extraña y enajenada, segregada Ángeles Santos? Y ¿para cuándo una auténtica integración de nuestras artistas en el relato principal? Este museo lleva excusándose hace tiempo, dice, inmerso en investigaciones para una incorporación que ya han llevado a cabo la mayoría de museos europeos principales (Tate, Pompidou, Moderna Museet …). Pero por el momento, no parece que la perspectiva de género esté calando, a la vista de esta lamentable cronólogica de Ángeles Santos.